viernes, 17 de febrero de 2017

Del bizqueo, recurrencias y post-cantes.

Me asombraba hace unos días con la capacidad de olvidar que tiene el ser humano, concretamente yo y en particular con la oposición. No me refiero a los temas, esos...bueno...a medida que pasa el tiempo se olvidan menos. Sino al punto de partida. 

¡Qué fácil olvidar, ya no el primer día, sino el punto de partida de este nuevo "round" que me he concedido! El punto de partida de la última convocatoria en que me vi cogiendo un civil y no recordando ni qué era aquello de "elemento esencial de un contrato" y ahora saberlo como la dirección de mi casa (pase el tiempo que pase desde la última vez que lo vi). 

Y esas "burbujas de olvido" tienen la parte buena de poder avanzar sin quedar encallada en ninguna piedra del camino, pero la parte mala de que nunca acabo de ser justa conmigo misma. Veo el fallo antes que el logro, miro hacia donde voy y no el desde donde vengo. Que bueno, ahora que lo escribo, tampoco es tan malo, al fin y al cabo me impide caer en la autocomplacencia, pero tener la virtud de ser "bizca" y poder mirar a los dos lados al mismo tiempo, sería genial. 

El otro día me enfrenté a servidumbres legales de hacía una semana, y lo defendí con bastante literalidad, con una estructura clara en la cabeza, y aunque se quedó largo de tiempo y con imprecisiones mejorables, salí un poco asqueada. Salí así porque debería salir perfecto, no estoy para "perder" el tiempo más, tiene que salir si o si. Fue entonces cuando caí en que quizá eso no lo llegue a lograr nunca, que partí de una nefasta literalidad y con unas estructuras tambaleantes cada vez que me enfrentaba a un tema de atraso, y sin embargo ahora la estructura era clara y la literalidad bastante buena. Que está claro que no hay que dormirse en los laureles, pero oye, que tampoco el camino está tan torcido.

Por otro lado, en las últimas semanas, me han vuelto a atacar pensamientos de "no te la vas a sacar nunca", de esos que se apoderan de tu respiración. Los he superado, haciendo respiraciones y pensando que si pensaba eso y dejaba que ocupara toda mi cabeza, seguro que eso sería (profecía autocumplida, ya sabéis). Los últimos días esto ha ido a mejor, gracias a Dios.

Realmente es que tengo pavor a estar equivocándome, y aunque sé que dicen que equivocarse es bueno y bla bla blaaaaa, pues no deja de no gustarme. ¿Y si esta concesión temporal por mi parte es más cabezonería que realidad?¿y si es porque no me quiero enfrentar a la realidad de que he encontrado mi límite? 

Cuando se lo he dejado caer al preparador, me dice que son "imaginaciones" mías, que voy bien, que le he empezado a pillar el tranquillo al método, la forma y el fondo, que voy lenta, pero voy bien. Pero....hay tantos peros en mi cabeza....que casi opto por no pensar, y seguir.

Mirad, si hay algo que sé es que me apasiona lo que estudio, aunque me cueste, aunque me enfade y pataleo, me encanta. No sé si lo conseguiré (dicen que la ignorancia es muy atrevida, y por lógica inversa, yo cada vez soy menos atrevida, así que puede que esté empezando a dejar de ser ignortante XD) pero que lo estoy intentando muy fuerte, eso si que lo sé. 

Una última cuestión es que después de los cantes, estoy cogiendo una horita para volverme a cantar los temas, para "machacarlos" más. Siempre me he preguntado qué hace la gente después del cante, así que si me escribís en comentarios vuestros planes post-cante os lo agradeceré para coger ideas. 

De esto están yendo mis días, varieté ya veis. Un beso y ¡a tutti!

jueves, 2 de febrero de 2017

Oniria opositoril (II).

"Estaba en un aula oscura, con pupitres de a dos, en los que no todos los alumnos estaban en sus asientos. En la mesa redonda que presidía el aula, se encontraba un hombre ya canoso, con cierto sobrepeso y ligeros problemas de higiene corporal, el cual resultó ser aquél profesor de Trigonometría, de cuya cara ya había conseguido olvidarme (casi) por completo.

Comenzó a llamar por orden de pupitre para cantar los temas. Yo me encontraba en las últimas filas, así que aún me iba a dar tiempo a repasar aquel civil que llevaba más flojo, y la clave de cuyo comienzo me lo daba el nombre de una flor (el cual ya había olvidado...).

No sé por qué, ni quién, me hizo levantarme de la silla, solo recuerdo cierta algarabía y un ambiente cuasifestivo, del cuál yo desde luego no era partícipe. En mi subconsciente seguía pesando mi mala suerte, y el civil que llevaba mal. Al levantarme, me di cuenta de que iba en pijama, el de cuadros, pero me preocupaba tanto el maldito civil, que apenas le di importancia. 

Me dirijí al final de la clase, en la cual había unos pasillos de supermercado, en los cuales me distraje unos minutos. Al dejar de oír el ruido de mis compañeros, me asomé nuevamente a la clase, y flotando en el ambiente estaba mi nombre. Corriendo cogí mi crono, el programa y aceleré hasta llegar a la mesa del profesor. Mal empezaba llegando tarde y encima con esas pintas, en pijama y resoplando por el sobreesfuerzo. 

El profesor me miró, y recogiendo los papeles que tenía esparcidos por toda la mesa me dijo:"No si yo no tengo ningunas ganas de que cantes". A pesar de la vergüenza y de la angustia que sentía por haber llegado tarde, sobresaltadamente, en un tono ciertamente más áspero del que corresponde a un alumna le respondí: "¡No, no! si yo tampoco quiero pero tengo que cantar, ¿me entiende? TENGO que cantar".

Ese "tengo" se clavó en mi garganta hasta que el profesor volvió a su asiento, pidiendome que cogiera el crono con una mano y que la otra la levantara como en los juramento. Así lo hice, y entonces me indicó que girara mi cuerpo hacia la pared en que reflejaba la luz del flexo, que había estado encendido todo este tiempo en el lado izquierdo de la habitación.Me giré mirando el crono que llevaba en la mano, era el negro, cuando de normal siempre canto con el naranja, eso me sorprendió.

Cuando levanté la vista, me paré a mirar la sombra de mi mano extendida, parecía más regordeta de lo normal, conté los dedos, y la reconocí. Sin embargo, cuando hice lo propio para fijarme en la sombra del crono en la mano, algo pasó. La sombra negra comenzó a girar y se transformó en un lobo de ojos ensangrentados, pelo tan negro como el azabache y una fiereza salvaje. Me ladraba, sacaba sus horribles colmillos amenazandome y advirtiendome de su inminente ataque. Mientras tanto acertaba a oir al profesor que me gritaba una y otra vez "¿qué ves?¿qué ves?". Mientras yo, cerrando los ojos tan fuerte como podía, sollozaba: "no quiero, no quiero". 

Y entonces, desperté".

PD: Otro capítulo de Oniria Opositoril, aquí.